Dánea - Gustav Klint |
Ya se ha ido.
Solo recuerdo su
espalda
Blanca y los
mechones rojizos
De su cabello. Las
prendas
Íntimas y sucintas
de negro
Seguro si son suyas
o le pertenecen
A otro dorso de
ébano, quizá a algún
Bozo dorado) me
sirven de aliciente
En la imagen de
vivo éxtasis
Desenfrenado que
queman mí
Ensueño.
El estilete negro
que rasga el manto
Límpido salpicado
de sangre que nos
Sirvió de sábana
en este frenesí
De cuerpos
desconocidos,
Fue empuñado con
destreza
Por el cómplice
destino
Que satisface mis
quejas
Contra la sosegada
monotonía
De la vida
conyugal.
La queja más
desgarradora
Es la de encontrar
la seda exquisita
Y viscosa, vendida
como primicia
De primavera,
convertida en un
Lienzo desgarrado
con todo
El odio de un
artista desdichado
Que no logra
trazar las líneas
De la silueta que
lo atormenta.
Y el desprecio por
la treta, que
Me insta a
explorar horizontes
De todos los
colores, y la prisa por
Desechar el frasco
que contenía la
Esencia prima, que
una vez insípida
Por mis apetencias
apasionadas,
Termina y empieza
la jornada
En busca de otro
sello, de otro aroma.
Las espaldas, solo
las espaldas,
No los rostros ni
las palabras, pues solo guardo
La imagen de la
que un día, con ayuda
Del alcahuete
destino, quemó
La carta en la que
escribí, las súbitas
Pasiones que me
consumían.
Lomos, dorsos,
caderas y pantorrillas.
No labios que
comprometen, ni oídos
Que se prestan a
las confabulaciones.
Vellos y ombligos,
pezones y uñas que
No emiten ningún
sonido, y la lucha con
La lengua para que
su propósito sea
Distorsionado.
Se fue la delicada
y fina
Cordillera blanca,
con sus cabellos
De fuego rojizo, y
solo espero
Que no mate mi
tibio y excitante
Ensueño, al buscar
un pretexto
Para tocar a mi
puerta.
Ojala las prendas
íntimas y sucintas
De negro intenso,
que combinadas
Con su espalda nívea
y arqueada cuan
Ánfora exquisita
que sacude mi fuero,
No les pertenezcan a
ella.
No hay comentarios:
Publicar un comentario