La gran sombra (circa 1805). Autor: Johan Heinrich Wilhem |
El culpable no se
encuentra aquí.
Solo yo, y esa
sombre necia y rebelde
Que dice no
abandonarme hasta
Que muera en manos
de mi enemigo.
Tampoco está el
inocente, celeste
Y áureo, que sin
mácula y laureado,
No alteró la
vertiente de oprobios
Y sollozos, solo
por guardar la
Pureza de su
corona.
La sombra ya le
dio su merecido,
Al inocente y al
culpable, pero a los
Testigos no ha
podido aniquilar,
Porque esa luz del
resquicio por donde
Se asoman, es su
enemiga profetizada.
La sombra se
reviste de paciencia,
Lo puedo asegurar,
y en cuanto los
Testigos opinen
embriagados de
Equidad, se
inflarán de pasión cerrando
La abertura, y la
luz opaca no evitará
Que la sombra a
vivos zarpazos,
Salpique de muerte
mi cara.
Que tragedia la del
ojo en el techo,
Ese juez que
carece de parpados y
Pestañas; ese
pusilánime, que sin
Culpables e
inocentes carece de vitalidad
E importancia; a
ese ya solo le resta
Lubricar con sus cascadas
de lágrimas
La funda de mi
fierro.
Ya todo listo,
solo espero la
Entrada de mí
enemigo. El amargo
Rival, que me
acecha y al que tanto
Temo, se llama: la
consecuencia. Pero
Que en este
cuarto, libre de sensateces
Humanas, y en
estado primigenio,
Está tú a tú
conmigo: la causa.
Y es la sombra,
que no se jacta de
Medio, la única
que puede
Ayudarme a matar remordimientos
Y pesos de
conciencia; ella que estuvo
Conmigo, en mis
reflejos insanos,
Curará mis heridas
podridas, si de
Esta salgo vivo.
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