jueves, 21 de septiembre de 2017

¿Por qué leer Guerra y Paz de Lev Tolstoi?

Lev Tolstoi
Al fin después de cuatro meses de lectura, he terminado de leer Guerra y Paz de Lev Tolstoi (Ruso, 1828 - 1910), es uno de esos libros que recomiendan con la categoría de: No morir sin leerlo y al que siempre esquivaba por sus más de mil páginas, en una edición reciente, que tengo en mi pantalla. Pero no lo esquivaba por su extensión sino por el tiempo que le iba a otorgar pues bien sabía que este manjar literario no me lo iba a engullir como a un aperitivo cualquiera, sino que lo iba a degustar con todo el placer que me podía permitir. Y así lo hice.

Lev Tolstoi o León Tolstoi, es un realista en extremo. Su escritura se aleja y quizás se mofa de las fantasías y supersticiones de su tiempo, duda de la verdad que le imponen y fomenta el espíritu crítico, no se deja guiar por los eruditos, en este caso en particular, no se deja llevar por el romanticismo de los historiadores franceses y rusos, que alababan la inteligencia estratégica de Napoleón Bonaparte, el megalómano corso emperador de Francia (asesino en masa, si me dejo llevar por el subjetivismo) y al justo y benevolente emperador ruso Alejandro I, endeble y de poco carácter que llora y sufre por su pueblo (sentimentalismo vanidoso) sino que se va a las bases, al soldado carne de cañón que muere descuartizado ante los sablazos de los húsares y ulanos, y que en su conjunto o marea de carne y huesos le dan forma en oleajes azarosos a la historia.

Guerra y paz bien funciona como relato histórico o ensayo filosófico, deja entrever con lógica acertada, que cientos de miles de personas no se matan entre sí por el antojo de uno, sino que uno sigue el curso de la marea de gente. Napoleón llegó hasta Moscú y Rusia parecía acabada, sin embargo, por infinitos factores humanos y sencillamente claros, como la guerra de guerrillas, el hambre de los campesinos, la avaricia de los soldados franceses y del mismo Napoleón, lo que parecía una gran victoria se convirtió en la peor derrota de Bonaparte y el inicio de su caída. 

Debemos leer a Tolstoi para dejar de ser incrédulos y no aceptar lo que se nos cuenta en los libros de texto de la secundaria. Un caso local es la celebración de la batalla de san Jacinto en la que sobresale la acción patriótica de un ágil Andrés Castro que sin balas logra derribar a un invasor extranjero de una pedrada certera la cual quedó inmortalizada en pinturas, poemas y esculturas para la eternidad del orgullo patrio. Muy bonito el hecho histórico pero que me corrijan los que saben si afirmo que de la existencia del certero señor Castro no se tiene ningún indicio exacto y que hasta hace poco se incluyeron a unos indios flecheros, llevándome por la imaginación, quizás no fue una piedra sino una saeta. Pero bueno, el romanticismo por la pedrada vende más ilusiones patrias. Y que tal si no había otra forma de sobrevivir y que huir no era opción. Pero dejo a nuestros héroes en paz y sigo en lo mío.

La historia académica está plagada de tantos relatos románticos y sentimentales que con una lectura de duda fácilmente podemos detectar la sugestión y el camino que hacen la mayoría de los gobiernos por exaltar la patria (o la personalidad del gobernante), llevarla a niveles divinos y líricos, inflamar los pechos de los ciudadanos con un orgullo capaz de entregar la vida, la de ellos y la de sus hijos, pero que contraste. Mientras los jóvenes mueren, en Moscú y San Petersburgo, la alta sociedad, la nobleza, los dueños de todo, comen y bailan, disfrutan de su posición ventajosa y critican todo, que el general Kutúsov (el que de verdad llevó las riendas de la guerra, con su filosofía de “paciencia y tiempo para resolver cualquier problema”) debería ser más aguerrido, que debió aplastar al invasor, que debería marchar hasta París y guillotinar al corso en su propia patria. Fácil se dice cuando no son las hermosas damas las que se llenan de piojos en las trincheras, cuando no son los majestuosos caballeros los que pierden sus extremidades llenas de gangrena y mueren locos por la fiebre. Los casamientos por interés son para la nobleza las verdaderas batallas. Las jóvenes bellas se ofrecen al “mejor partido” y así la línea de sangre permanece intacta, la buena vida, las buenas costumbres y todo gracias a la marea de personas, a las masas que se mueven al ritmo que los ,estrategas supuestamente, tiene calculado. Mentira.

A parte de todo el fondo social, político, militar y religioso que tiene Guerra y paz, que nos agudiza el entendimiento y nos abre el panorama casi nulo que teníamos (al menos yo) de la época, la prosa inteligente y omnisciente de Tolstoi nos hace pasar cada página con cierta nostalgia por la triste realidad de que llegaremos a la página final, fue muy grato entrar al mundo de este ruso, de clase noble, militar y persona, más que otra cosa, que nos exige y nos insta a criticar sin temores y con derecho de sangre ancestral la grandeza artificial que se crearon esos hombres que movieron al mundo, según ellos, desde un confortable asiento tras un hermoso escritorio de fino roble, con el estómago lleno y enaltecidos hasta el desquicio.

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